Una de las frases que históricamente ha definido el pensamiento de muchos empresarios argentinos es: «Prefiero ser la cabeza del ratón que la cola del león». Este enfoque, arraigado en nuestra cultura, podría estar enfrentando su mayor desafío en la Argentina de 2025, donde el cambio ya no es una opción, sino una exigencia impostergable. Bajo el liderazgo disruptivo de Javier Milei, el país ha ingresado en una etapa de transformación económica y social que exige una profunda revisión de nuestras pautas culturales y empresariales si queremos sobrevivir en esta nueva realidad.
Hoy, como en 1990 (primer año, periodo del gobierno de Carlos Menem 1989-1995), la supervivencia sigue dependiendo de dos elementos clave: aptitud y actitud. Es decir, de aquellos que tienen las capacidades necesarias para adaptarse y de quienes creen en el potencial de cambiar su destino. Porque en este contexto, creer en lo posible es el primer paso para hacerlo realidad.
Si bien muchas empresas pueden seguir enfrentando carencias tangibles —como la falta de financiamiento o tecnología de punta—, su capacidad para generar ideas y aprovechar oportunidades será determinante. Hoy, esas oportunidades se encuentran en un mundo interconectado, con nuevas formas de financiamiento que desafían lo tradicional, como las criptomonedas, el auge de los mercados descentralizados y las plataformas de inversión colectiva.
El contexto de 2025 nos obliga a repensar la colaboración y a tomar decisiones audaces. Las fusiones, alianzas estratégicas, uniones transitorias de empresas (UTE), y modelos como los franchisings o cooperativas digitales ya no son meras opciones; son una necesidad. Sin embargo, tal como ocurrió con las modas pasajeras del pasado (como las canchas de paddle o los emprendimientos de máquinas de galletitas), existe el riesgo de que estas herramientas se tomen de manera superficial o irresponsable, llevando a muchas empresas a una desaparición prematura.
En el gobierno de Milei, donde la lógica del libre mercado se erige como bandera, las empresas que no se preparen estratégicamente quedarán rezagadas. La «mano invisible» no tolera la improvisación. Cada decisión de asociarse o no hacerlo implica una apuesta al futuro. Y en este juego de supervivencia, las enseñanzas de Darwin cobran más relevancia que nunca.
Aprender del pasado para enfrentar el futuro
Hoy, como en 1990, la integración empresarial debe abordarse con un nivel de profesionalismo extremo. Esto implica:
- Alinear estrategias que anteriormente podrían haber parecido opuestas.
- Potenciar recursos combinados, ya sean humanos, tecnológicos o financieros.
- Expandir mercados mediante la colaboración, superando fronteras geográficas y culturales.
- Compatibilizar estructuras organizativas, eliminando conflictos jerárquicos y modernizando procesos.
- Conciliar culturas empresariales, lo que probablemente sea el mayor desafío: unir valores, creencias y formas de trabajar de equipos que antes operaban en mundos completamente diferentes.
Sin un enfoque serio y multidisciplinario, estas iniciativas corren el riesgo de fracasar. Las empresas que no se atrevan a adaptarse podrían desaparecer en este nuevo orden. Pero, del mismo modo, aquellas que asuman el reto sin preparación podrían encontrar su propio colapso.
En la Argentina de Milei, donde se busca reducir al Estado y dejar que el mercado regule cada vez más aspectos de la economía, la velocidad y calidad de las decisiones estratégicas será el factor que defina el éxito o el fracaso. Cada empresa, cada emprendedor y cada actor del ecosistema económico debe preguntarse si está listo para enfrentar esta revolución, no solo con ambición, sino también con preparación.
La advertencia sigue vigente
En 1990-1995, el mensaje era claro: «La cosa no se puede tomar a la ligera». En 2025, ese llamado es aún más urgente. Las reglas del juego han cambiado, pero la necesidad de profesionalismo, análisis profundo y valentía para tomar decisiones sigue siendo la misma. La Argentina atraviesa otro «punto de inflexión», quizás aún más radical que el de hace 30 años.
¿Estamos preparados para ser parte del cambio o simplemente seremos testigos de él? En este dilema, ser «la cabeza del ratón» o «la cola del león» ya no se trata de una preferencia cultural, sino de una elección de supervivencia en un mundo que no espera a nadie.
Alejandro Monzón
Manager en RR:PP